viernes, 11 de abril de 2008

Porción 3


Los días siguen pasando y acarrean con ellos una cantidad de secuencias. Escenas vuelven a mi mente, el verano que se despide y trae un aroma distinto, me remonta a mis días de infancia. Y más pienso: Que sencilla que era mi infancia...
Ya me logro ver en esas noches de Marzo o Abril, recién había comenzado las clases...
La iluminación un poco precaria y suficiente que venía desde el foco de la esquina, el patio de afuera de casa, que era muy especial, porque ocupaba miles de roles que se entrelazaban. Era la cancha oficial de básquetbol del barrio (inaugurada por mi hermano, en la época de la L.B.I, Liga Barrial Interina), pero a su vez era mi patio de juegos así como también el lugar ideal para que cualquier tipo se sentara en solitario a tomar una cerveza fría. Es que en mi casa había un almacén.
Mi vida se veía inmiscuida entre cientos de personajes que entraban día a día en ese lugar, personajes definidos por la situación geográfica del barrio: Caddies, golfistas, caseros, obreros, gente de elevado nivel social, extranjeros, políticos, borrachos, etc... Hasta Piazzolla venía a mi casa a jugar a la quiniela (hecho que nadie cree) en la época en que ese almacén era un bar...
Así que estos días me han devuelto a una infancia muy lejana, que ya siento en un lugar inalcanzable, hechos que envidio porque volvieran a suceder. Ya me veo, jugando a la pelota mientras la noche caía, con un tipo sentado en un banco de hormigón que me gritaba cada vez que la pelota pasaba cerca de la botella de cerveza que estaba en el suelo. Ahora recuerdo que muchas veces me olvidaba del juego y me quedaba mirando al hombre y pensando en él, intentaba aproximarme a la idea de que le pasaba, no entendía muy bien porque el hombre se quedaba sentado en silencio, tomando su litro de cerveza.
Es que ese hecho era casi siempre diario en la época de verano, entonces cada tarde en que él llegaba, yo ya iba anticipando cada acción suya. Luego yo seguía con mi juego, hasta que en un punto ya no me importaba lo que estaba haciendo y automáticamente mi mirada se encontraba en su cara, que miraba el suelo como si estuviera perforando cada capa de hormigón, buscando algo más allá. Ahora que lo pienso , este fue el primer gran acercamiento a la soledad...
No sé por qué, ahora me acordé de un poema de Tennessee Williams, que estaba al comienzo de un libro de Huxley, que no recuerdo el nombre ahora...



"Los bosques se marchitan y decaen,
impregnan su vaho con su aroma del suelo,
el hombre lo rotura y yace,
y luego de los años, muere el cisne"

1 comentario:

Anónimo dijo...

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