viernes, 15 de agosto de 2008

Diario de viaje 1


Primero que nada quiero agradecer este post a Leonardo Cabrera , que sin sus buenas correcciones, este post sería un desastre...
Gracias LC....


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Primera parte del viaje:

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Son las 19:25 del domingo. Comienza el viaje. En realidad estoy bastante atrasado, es decir, debería contar otras experiencias que ya recorrí, pero bueno, lo importante de comenzar este diario en pleno viaje es romper el hielo y la típica idea de contar lo vivido siempre luego de que eso ha pasado, frente a una computadora y el teclado frío. La idea principal es desarrollarlo en pleno viaje, que solo pueda escribir en el momento lo que sé, escribir en base al presente, que lo que pase en adelante se abra como un abanico de incógnitas.
La labor que realizo me lleva a tener que cruzar el país de punta a punta un par de veces al mes. Esa labor está directamente relacionada con lo que más me gusta hacer: la música.
Mientras escribo esto ni siquiera tengo luz, el ómnibus que me lleva de Maldonado a Montevideo está totalmente a oscuras, y mis palabras se suponen en el contacto de la lapicera con el papel, espero que luego entienda lo que estoy escribiendo.
Casi siempre todo viaje tiene un fin, una misión. En mi caso es la tarea de enseñar música, específicamente violín y viola. Es una tarea que realizo como docente del Sodre, y que no solo se lleva a cabo en Bella Unión, ciudad a la que me dirijo, sino en otros siete puntos del país: Minas, Melo, Treinta y Tres, Young, Piriápolis, San José y Rosario. Este proyecto tiene como nombre “Sodre Aquí”, y su principal objetivo es difundir la música (llamada “clásica”) en todo el Uruguay, para que cada niño pueda tener acceso a ella. En su primera etapa, el programa está centrado en los instrumentos de cuerda. El ideal es que en el 2010 haya un “Sodre Aquí” en cada departamento.
Bueno, ya estoy en la Terminal de Tres Cruces y llegó mi compañero de viaje, Santiago, con quién trabajo en el proyecto. Así que abandono esto por el momento para ir a embarcarnos con rumbo a Bella Unión.


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Ahora tengo una excelente oportunidad para seguir escribiendo en plena marcha. Son la 1 y 30 de la mañana, escucho el disco “Atom Heart Mother”, de Pink Floyd, y el ómnibus ya está perdido entre los pueblos. Tengo el asiento número dos y voy en uno de esos ómnibus que tienen dos pisos, así que tengo una gran panorámica de la ruta.
Creo que lo bueno sería transmitir un poco la emoción que siento sobre esto, es decir, no reflexionar luego acerca de cómo lo sentí, sino cómo lo estoy viviendo en este momento: el cielo está despejado y la luna casi llena; la ruta que se viene siempre encima desde el fondo de la noche con sus líneas y algunos carteles que anuncian pasos de animales, curvas u otras cosas.
Lo más cómico es que ahora no tengo ni la más mínima idea de dónde estoy, creo que ahí está el tema de la incertidumbre, sé a donde voy, pero el camino en sí es todo un misterio.
Mi compañero de viaje duerme. Bah, todo el mundo duerme en este ómnibus, parece que soy el único con insomnio. Un tipo ronca demasiado a unos asientos a mis espaldas.
Ahora vuelve más y más la idea de que cuando viajo tengo más tiempo para entregarme a mí mismo, de poder abandonar todo por un momento… será que estrictamente no estoy en ningún lugar, siempre en movimiento.
Ahora, acá hay algo más fascinante, que es recorrer mi país y haciendo lo que me gusta. Conocer mi país, otros lugares, otras personas, es una tarea más que gratificante.
El ómnibus se come la ruta a 110 km por hora más o menos. No sé por qué, pero no puedo dormir. Un mojón: km 214, el único dato que me dice dónde estoy, en pleno campo. Es increíble cómo la ausencia de todo resalta la ruta y alguna señalización, fuera de eso, nada, ni un árbol, nada. Solo el campo. En mis oídos ahora suena el Anthology2 de los Beatles. “Strawberry Fields”.
Señalización. A 500 metros: policía. Me imagino la vida de esos tipos, en el medio de la nada, y es que desde hace ya muchos kilómetros (no menos de 30 o 40), no se ve ningún pueblo, ninguna luz. Solo ómnibus y camiones interrumpen la noche…



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Última parte.

Estoy en la Terminal de Salto ya de regreso. El ómnibus hace una parada y no la desaprovecho para tener un poco de aire y estirar las piernas antes de seguir viaje hacia el sur.
La jornada fue singular. Llegamos a las 7 de la mañana a Bella unión. Como cada lunes, fuimos a desayunar con mi compañero y luego salimos a recorrer un poco la ciudad. Esta vez cambiamos el recorrido, en vez de bordear por el río como siempre, comenzamos a caminar más hacia el norte, hacia el lado de la frontera con Brasil…
Las actividades estuvieron bárbaras, trabajamos muy contentos con los cuatro grupos. Como siempre, los niños son una gran alegría: demuestran unas ganas enormes de hacer música. También debo decir que además, en la noche ahora tenemos un grupo de adultos, la mayoría son padres de los niños. La atención y las ganas con que van a las clases son para nosotros un gran ejemplo.
Al terminar las actividades de la noche, mi compañero y yo fuimos a comer a un parador que está ubicado junto al río. Luego de comer arrancamos, como siempre, con el tiempo justo. Recuerdo que hice una leve broma acerca de lo gracioso que sería llegar y que el ómnibus ya hubiese partido. Nos reímos al ver que el ómnibus estaba estacionado a dos cuadras, quietito en su lugar de siempre. Nada que temer.
De repente, ¡el ómnibus se puso en marcha!
Miré mi reloj: son las 21 y 45 en punto. Empecé a maldecir la puntualidad del conductor del ómnibus mientras mi compañero ya corría desaforado y gritándole al hombre que frenara.
¡Imaginen nuestras caras en plena carrera! Además, yo estaba cargado con tres instrumentos y mi compañero con una mochila y un instrumento más. Casi enloquecimos, la sola idea de quedar varados en la última punta del país había dejado de parecernos graciosa. Yo estaba cansado y sólo quería volver a mi casa.
Corrimos más. Mi compañero seguía gritando y el ómnibus seguía alejándose cada vez más. Un grupo de niños nos dijo que el ómnibus daba una vuelta para pasar por la comisaría o algo así. Teníamos que correr en diagonal dos cuadras para aprovechar al máximo y llegar a tiempo de alcanzarlo, pero las milanesas con puré y la carga nos hacían imposible poder correr más rápido. Entonces, varios niños se sumaron a la solidaridad y comenzaron a correr más rápido que nosotros para alcanzar el ómnibus de una vez por todas.
Un niño agarró la guitarra de Santiago para alivianarle el peso, otro niño tomó el violín que llevaba yo, para que pudiera ir más rápido. De todos modos, mi compañero y yo quedamos muy atrás. Ya todo dependía de los niños…
Y en eso oímos el golpe y el sonido de la madera rajándose. Al niño que llevaba mi violín, se le zafó el estuche de las manos y el violín salió volando por el aire para darse de cara contra la calle. Si habrá sido violento el golpe, que el crujido de la madera se escuchó a una cuadra.
Al final, el niño que llevaba la guitarra logró parar el ómnibus. La luz del “Norteño” alumbraba el violín que moría violentamente en el suelo de pedregullo.
Y así llegamos a tiempo y subimos, agotados, con un violín partido y mi compañero en medio de un ataque de asma.
En fin, todo viaje es emocionante por donde se lo mire, ya sea de una forma negativa o positiva. Este primer viaje llega a su fin, ya se convierte en regreso. Quiero ver la noche en paz, pensar un poco en todo lo sucedido, o mejor aún, no pensar en nada, poner solo un buen disco de los Beatles y ver que pasa…

2 comentarios:

Unknown dijo...

Quiero más crónicas!!!!!!

C dijo...

uhhh profeee

como andás?
ç
está bueno el blog.
leí este último post.... tardé como 1 hora..
pero bueno valió la pena ^^
en fin nos estaremos viendo el jueves

pases bn

saludos-

Carolina.